Por fin ha llegado la crisis, Bienvenida sea.
Ya era hora de que llegase, ha llegado de forma estrepitosa y escandalosa pero aquí está. A partir de ahora se va a poner orden y medida en el mundo, ya que había llegado un momento en que la economía primaba sobre cualquier valor humano dado que correspondía a la carera iniciada del enriquecimiento y de dar más y más valor a lo uqe realmente no lo valía.
Esta situación además había acabado con el valor de la innovación y del valor de la persona por encima de los interese económicos. El mundo se regía por la ansiedad del tener y dejaba a un lado la capacidad del poder tener. Las empresas disfrutaban de un éxito fácil y se habían olvidado de la innovación, habían caído en la complacencia y en la dogmatización. Caían en la complacencia de pensar que lo que les había llevado al éxito, les mantendría en el triunfo a lo largo del medio y largo plazo; a esto le sumaban la seguridad de que su dogma, materializado en una serie de normas, usos, reglas y costumbres, les iba a mantener en una posición cómoda pasara lo que pasara.
Ese status de confortabilidad te cierra los ojos ante los cambios que se suceden día a día y solo un revulsivo agresivo e impactante obliga a parar, a pensar de nuevo y a replantear la situación. Llegado este momento, los nervios y las absurdas reacciones se apoderan de los Directivos; utilizan el mensaje del recorte de gastos como arma rápida y teóricamente contundente para abordar la crisis; recortan aún más con ello las oportunidades de salir de ella, eliminan herramientas que les permite ser competitivos.
Y es este momento, cuando la verdadera oportunidad de crecer surge, cuando se alcanza la oportunidad de obtener valor diferenciador con la competencia. Pocos directivos, solo los de éxito, toman la decisión de aprovechar el momento para proponer un modelo de reingeniería en la empresa, de rediseñar estrategias, de reordenar organigramas. Es la primera medida a abordar, el reordenar a los ejecutivos que lleven adelante el plan de reconversión, ya que no los que eran, lo son en aptitud para el nuevo modelo de gestión. El anterior equipo brillaba por el éxito continuado de un esfuerzo innecesario, su gestión se basaba en liderar reuniones improductivas y estar “copiados” en todos los mails de la empresa, hacerse ver y notar; el nuevo directivo debe ser en cambio productivo, innovador, creativo, empático, amigo del trabajo en equipo, capaza de romper los departamentos estancos y capaz de generar proyectos de mejora constante que impulsen a sacar la creatividad que todos los empleados tienen en sí mismos.
El nuevo directivo no solo confía en su capacidad, sino que promueve la suma de las capacidades de todos los empleados para el mejor empuje a la empresa. Por otro lado analiza las infraestructuras, las herramientas de comunicaciones y de ofimática, para hacer de ello, un arma fundamental para hacer realidad de forma rápida y urgente los nuevos procesos. Es capaz de generar confianza. Las crisis llevan en gran medida una elevada dosis de falta de confianza, de temor infundado, de que nos puede “salpicar” en mayor medida que lo hace o que lo pudiera llegar a hacer; es responsabilidad del Directivo transmitir confianza en su entorno para que todo se desarrolle en un ambiente distendido, pero no relajado; veloz, pero no alocado; responsable, pero no inmovilista.
Es el momento en muchos casos, de confiar en la opinión externa, en la opinión del que tiene una visión inmaculada de la trayectoria de la empresa y puede aportar la visión del que la ve desde fuera, sin los defectos ocultos que las épocas de bonanza le han llevado a la complacencia de los ejecutivos.